jueves, 21 de abril de 2016

La Esfera se sube al cuadrilátero: "Thrilla in Manila".

La trilogía de combates protagonizados por Joe Frazier y Muhammad Ali fue uno de los acontecimientos deportivos más importantes de la historia reciente y es que “El Combate del Siglo” (XX, por supuesto) no sólo tuvo trascendencia en el ámbito que nos concierne a nosotros, el deporte. Aspectos de índole económica, política, social o religiosa estaban a la orden del día entre 1970 y 1975. El cabecilla del régimen dictatorial en el que Filipinas se veía inmerso, se encargó de distribuir lo que el Imperio Romano bautizó como “panis et circenses”, es decir, “pan y circo”, o lo que viene siendo dar espectáculo a través del deporte para que el pueblo, en este caso filipino, se olvidase de toda revolución comunista que estuviese teniendo lugar en las montañas del país, y que pretendían derrocar al por entonces dictador, Ferdindand Marcos.

El propio Jefe de Estado fue el que, gracias a sus inmensas riquezas, atrajo el boxeo a un país realmente demacrado, pero consiguió su objetivo, que el pueblo se olvidase de los problemas durante, al menos, un tiempo. Su economía permitió atraer a dos de los mejores púgiles de los Pesos Pesados al interior de sus fronteras. Según firmes rumores, se podrían haber llegado a pagar hasta 10 millones de dólares a Muhammad Ali para que se enfrentase a Frazer en Manila. ¡Fíjense que el dinero no tiene fronteras! Pero ese enfrentamiento comenzó mucho antes, de la mano de aspectos que nada tuvieron que ver, lamentablemente con el boxeo. A Ali se le retiró la licencia para combatir, al negarse a ir a defender a su país a la Guerra de Vietnam, opinión que su colega Jon Frazier comprendió e incluso defendió hasta el punto de prestarle dinero para que pudiese recuperar dicha acreditación.

Al comienzo de la década de los 70 la mentalidad norteamericana dio un giro radical rechazando todo tipo conflicto bélico con Vietnam, aspecto, para mí, clave en la relación entre nuestros dos protagonistas. Muhammad Ali podía haber agradecido el gesto de su amigo Joe, pero sin embargo, le dio la espalda tras recuperar su licencia a pesar de todo lo que este último hizo por él, y todo por un tema racial. “Tío Tom” (así se apodaba al hombre de raza negra que no se dedicaba a otra cosa que a acatar su destino y sus obligaciones, como buen cristiano, frente a la raza blanca, considerada superior), fue el calificativo más cariñoso que salió de la arrogante boca de Ali hacia la persona de Frazier. La psicología utilizada por el musulmán no sirvió para derrotarle en el primero de los tres combates, pero sí en los otros dos. La decisión arbitral y el agotamiento de Frazier, por último, coronaron a Ali como el mejor boxeador de todos los tiempos, aunque no para mí.


Sin duda estos acontecimientos no sólo enfrentaron a dos hombres, sino a dos maneras de pensar completamente diferentes. Por un lado, la arrogancia, la prepotencia, la fortaleza mental y la superioridad no plasmada hasta ese momento por parte de Ali. Por el lado de Frazer, la paciencia, la constancia y lo que en el mundo del deporte se denomina como “Las tres T”: Trabajo, trabajo y trabajo. Ambos tuvieron premio. Uno fue el más grande y otro fue el primero en derrotar al más grande, pero las heridas aún no están cerradas. Aunque fallecido en 2011, la utopía de Frazer se hizo realidad. Sólo hay que ver el actual estado de salud de Muhammad Ali, ya que, según el de Carolina del Sur, como buen católico que es, “Dios toma nota de todo”. En estos combates es donde se plasma la verdadera esencia del deporte: el caer y levantarse, el elegir, el juego psicológico, la disposición y la entrega. ¡Y vaya si se entregaron! ¡Casi les cuesta la vida!


"Citius, Altius, Fortius..."