martes, 12 de abril de 2022

Rara vez lo limpia el que lo pinta

"Barriada: Barrio, especialmente en la periferia de una ciudad y formado por construcciones de baja calidad."

Estoy asomado a mi ventana. Ante mí, unos cuantos pisos sin ascensor, con finas ventanas, mucha silicona y muchos, muchos ladrillos. También, aparcados en batería, un Toyota, un Nissan, un Kia, un Suzuki, dos Renaults y un Peugeot, el mío. Además, alguna tímida matrícula de Oviedo sin distintivo europeo se deja ver, algo que indica que ese coche en cuestión tiene más de 22 años. El asfalto tira ya más a gris clarito que al puro negro al que se acerca cuando está recién echado. Está muy carcomido y la pintura que lo decora, levantada con él.

Desde el pasado martes 5 de abril, Erika ya no puede hacer eso, ya no puede asomarse a la ventana, y todo porque un loco, enfermo, la asesinó a sangre fría cuando venía del instituto, apenas unas calles más abajo de esta que os estoy describiendo, la mía. Erika y yo vivíamos en el mismo barrio, pero a mí nunca me hicieron nada cuando volvía del instituto, no soy mujer.

Dejando momentáneamente la tragedia a un lado, se preguntarán que qué tienen que ver esas finas ventanas, esos rojos ladrillos y esos viejos coches con el atroz asesinato. Mejor dicho, con los atroces asesinatos ocurridos en Vallobín en los últimos 13 años. Y será una pregunta estupenda, precisamente porque nada tienen que ver. Excepto para La Nueva España.

Porque no, por increíble que parezca, a un barrio no lo definen sus edificaciones. A un barrio no lo definen sus coches, ni su maltrecha brea. A un barrio lo definen sus gentes. Y cuando hablo de sus gentes, hablo de sus casi 12.000 habitantes, no de cuatro. Y tómense este último número al pie de la letra, porque han sido literalmente cuatro los enfermos. Y no, no tienen otro nombre.

No vengo a contar aquí lo que hicieron esos cuatro asesinos, en primer lugar, porque todo el barrio lo sabe y en segundo, porque ya se ha encargado La Nueva España de volver a rememorarlos, y a pesar de que los tres anteriores ocurrieron en 2009, 2014 y 2020, ahí estaban, copando una página entera del diario. El objetivo, que ningún rincón del Principado olvide lo insegura que es “la barriada de la página negra”: Vallobín.

A modo de rectificación, he de decir, y no es que quiera hablar en su defensa, sino más bien lo contrario, que el titular del artículo, que es lo que en el párrafo anterior entrecomillo, fue corregido en la versión digital del diario. Veo que, al menos, hay alguien al volante. Además, unos días después se hicieron eco de los peligrosos cortocircuitos que el asesino tuvo años atrás. Pero da igual, el daño ya está hecho y la imagen, propagada por todos los rincones regionales e incluso, nacionales. Nunca tuvo que haber ningún titular que así rezase, por la connotación despectiva de la palabra “barriada” y por haberla utilizado como adjetivo calificativo y no como sustantivo, a pesar de ser esto último. A continuación, expongo los motivos que creo convenientes, como supongo lo haría mi barrio por mí si yo no tuviera la capacidad o la oportunidad.

Es un error remontarse a los tres asesinatos anteriores en lugar de acceder y no publicar el historial –largo, por otra parte- que tiene este asesino en las calles de Oviedo y no haberlo hecho lo más rápido posible. A pesar de que ese historial fue expuesto a toda Asturias la friolera de tres días después (09/04/2022), llegó más tarde que la recopilación de asesinatos que tuvieron lugar en el barrio años atrás. No se debe investigar al barrio antes que al asesino por el básico motivo de que, como unas líneas más arriba adelanté, nada tienen que ver los asesinatos anteriores con este, ni entre sí, ni por supuesto con Vallobín, aspecto que, por otra parte, ni siquiera se mencionó en el artículo del día 6 de abril de 2022. En el primero en quien hay que indagar es en el asesino. Es más, no solo debe ser el primero. Debe ser el único. –Segundo error-. En otras palabras, no solo mal por haberlo publicado primero, sino mal por publicarlo, a secas.

Además, lejos de condenar, o de intentar separar del barrio lo acontecido en esos cuatro trágicos sucesos, se relaciona a unos y a otro en un artículo en el que no se lee ni una sola condena, lamento o ambos, ni por parte de la redacción, ni como alusión al pensamiento de los habitantes de Vallobín. Más bien, lo único que se puede observar es una apología del sadismo y del morbo en un intento de buscar la venta fácil con un titular incierto. A costa del relleno fácil y sencillo del diario, se está criminalizando a un barrio humilde, trabajador y, sobre todo, alejado de este tipo de actitudes.

De todos los manchones del historial del asesino, que no fueron pocos, solo han salpicado a la zona en la que se han cometido en este último caso y simplemente por lo que años atrás ocurrió. No se criminalizó a la Calle Uría, ni se le tildó de barriada, a pesar de estar a las afueras hasta hace apenas cincuenta años. Tampoco al portal donde atacó a una joven –¡vaya!-, ni a Ciudad Naranco, barrio que hace frontera con Vallobín, con idénticas edificaciones y poco más cerca que este del centro de la ciudad, y en el que también sembró el miedo el moldavo. No, del entorno de la Facultad de Psicología ni de lo malvados que son sus estudiantes, tampoco han oído hablar, a pesar de que se sabe que actuó. Solo se ha hablado de Vallobín.

No se puede permitir, y no lo pienso hacer, que se manche el nombre y la imagen que este barrio tiene delante de toda la región, por culpa de cuatro personas, si es que así se les puede considerar. No. No solo son los asesinatos los que indignan al barrio, este artículo también me indigna, también nos indigna, y mucho. Desde su titular, pasando por su ecuador, hasta el que solo se habla de un asesinato hace trece años acontecido, hasta su ocaso, con el que solo se busca el cotilleo fácil.

El símil es sencillo. La redacción y publicación de este artículo se asemeja a un graffiti: rara vez lo tiene que limpiar el que lo pinta. El 'grafo' lo hizo Elena G. Díez, la periodista que lo redactó, aunque no la culpo, o no del todo, vamos, ya que solo fue un brazo ejecutor y orquestado desde arriba, que es lo más grave.


Los limpiadores, somos nosotros, los ‘lobos’ de este hermoso valle: mi madre y su academia, la que comenzó a levantar desde los 16 años, María José, la peluquera y su pequeño local de Padre Aller, del que su sucesora, Andrea, se mudó en la actualidad a apenas cincuenta metros más abajo. Lo limpiarán Marisol, la kiosquera de enfrente de esa peluquería y el estrecho pasillo de su pequeño negocio o el carnicero que tiene al lado, tirándome caramelos por la ranura que separa las dos vitrinas en las que tiene expuesta la carne, a modo de tobogán. Lo limpiará Benjamín, el hijo de Alfredo, dueño de la pescadería homónima, como lleva haciendo con el pescado que le vende al barrio cada día. Lo limpió la panadería La Escanda, hasta que cerró, hace apenas un mes, como lo hizo, literalmente, el conserje del polideportivo de Vallobín tras cada entrenamiento y partido o como lo siguen haciendo Paulino y Encarna, sirviendo el mejor pulpo de la ciudad, ciudad que recorre día tras día la Autoescuela Robles o las vías de la FEVE, en cuyos talleres de Vallobín tantísima gente trabajó.

Hay graffitis, aunque sé que me estoy contradiciendo, como el de Fustas de la parte de abajo del parque del ambulatorio, que tampoco ensucian el barrio, lo limpian con trabajo, como limpian encías y dientes desde la Clínica Odontológica Isidro o como limpia de enfermedades el gimnasio JSM, también en Padre Aller. De poner en alta estima al barrio se encarga el equipo de balonmano, que representa a la ciudad entera, aunque juegue en un fortín llamado Vallobín y famoso más allá del Pajares, o el de fútbol, de cuyos entrenadores y compañeros aprendí los valores que aquí intento trasmitir y de los que carece un artículo que no solo critico, sino que condeno. Y creo que hablo en nombre de todo el barrio si pido, exijo, su eliminación inmediata de la plataforma digital. En la edición en papel nunca debería haberse publicado, pero lo hecho, hecho está. Nos tocará cargar con ese San Benito, aunque ni por asomo tenga comparación, por desgracia, con lo que está viviendo, con lo que le queda por vivir y, sobre todo, con lo que no podrá vivir ya la familia afectada.

Sé que ellos no limpiarán nada, y deberían. Nosotros lo haremos, como siempre.

El barrio no se toca.

Descansa en Paz, Erika.